Los dioses no se pelean

ARASHI-15

En cuanto he releído el título de este post -porque muchas veces comienzo a escribir a partir de un título…- me he dado cuenta de que existieron unos dioses, concretamente los del Olimpo, qué si estaban a la greña todo el tiempo… Y sospecho que otras divinidades por ahí en la historia de la humanidad también se profesaban poco respeto mutuo. Pero esas divinidades siempre me han parecido «sospechosamente humanas». Parecen seres en evolución, como nosotros mismos, y sus miserias cotidianas, al igual que su grandeza, podrían formar parte de un culebrón televisivo de éxito en Netflix. 😀 

Hoy quiero hablar de algo distinto pero no ajeno a los divertidos dioses griegos… Porqué está en el fondo de ellos al igual que en el fondo de nuestra alma. Quiero compartir contigo un relato sobre LA DIVINIDAD. Ese nexo de unión trascendente que compartimos, estemos o no adscritos a una religión. 

Y lo quiero hacer compartiendo una anécdota «prestada» de Nora, a la que sigo a través de Instagram (@unajaponesaenjapon). Nora es una japonesa que ha pasado su niñez y adolescencia en Buenos Aires, antes de regresar a su natal Okinawa. Como amante de la cultura japonesa y la filosofía zen-sintoísta que impregna la sociedad nipona, me apasiona lo que Nora cuenta sobre su vida en Japón desde la visión de alguien que se ha criado en un ambiente hispano.  

Sin más dilación, ésta es la historia:

En el Japón medieval, en la era Heian, existió una gran mortalidad infantil, de manera que las familias cuando veían crecer a un hijo se sentían muy agradecidas a los dioses, los kami presentes en todo lo que existe, según el sintoísmo, más antiguo incluso que el budismo en Japón.  Al cumplir los tres años ya se consideraba de suerte haber sobrevivido, por lo que se presentaban con sus mejores galas en los templos para ofrecer ex-votos de agradecimiento. Si el niño -o la niña- seguía creciendo, a los cinco se repetía el rito y también a los siete años.

De aquí proviene la fiesta del Sichi-go-san, literalmente 7-5-3, que se celebra hoy día en Japón llevando a los niños de estas edades ataviados con kimonos a los templos. 

Cuando Nora cumplió los tres años, su madre le hizo un hermoso kimono rojo y la llevó a una iglesia católica.No existían en Buenos Aires templos sintoístas, así que se le ocurrió acompañar a una amiga a la iglesia para celebrar su particular Sichi-Go-San. Una vez allí, le hicieron juntar las manos frente al altar al modo japonés y se inclinaron con reverencia, en muestra de gratitud.

Cuando Nora recordó esta anécdota más adelante, siendo ya una joven residente en Okinawa, le preguntó a su madre cómo se le había ocurrido celebrar esta fiesta en una iglesia católica, cuando ellos no profesan esta religión.

Su madre le respondió de este modo: “Los dioses comprenden cuando se agradece con respeto en el idioma que sea, no se pelean, los que se pelean son los humanos”.

No puedo añadir nada más a esta historia, sólo alabar la inspiradora sabiduría de la madre de Nora.

Todas las fotos de este post corresponden a nuestro viaje a Japón el año 2019. Fueron tomadas en las inmediaciones del bosque de bambú de Arashiyama, en lugares sagrados del sintoísmo. Las figuras de piedra son exvotos presentados a los kami.

Que disfrutéis de una linda semana. 

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Soy Imma

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