De sidere

Foto: Rober Wiedem

Desear: «De-sidere». De las estrellas. 

Literalmente, desear es acoger aquello que las estrellas, el Universo, quiere. Ningún deseo brota en nuestro interior sin el objetivo de ver la luz, pues son en esencia -etimológica, cuando menos- semillas cósmicas dispuestas a liberarse.

En ocasiones, me he preguntado por el origen de mis deseos.

De pequeña, muchos adultos me repitieron hasta la saciedad que era una niña caprichosa. No es que mi familia fuera acaudalada y me consintiera, precisamente. Provengo de una realidad más bien modesta, tirando a muy obrera… Fui la primera nieta, eso sí, de mi familia paterna y en esta rama de mi familia no fueron muy prolíficos. Esto inclinó la balanza a mi favor, por así decirlo, durante un buen tiempo. Era la niñita de los ojos de todos, a la que reían las gracias y obsequiaban a menudo, aunque fuera con poca cosa. Así que cuando se me acabó la bicoca por la llegada de hermanito y primos comenzaron los reproches e internalicé que desear era algo pernicioso. 

Y no por ello dejé de desear. Ahora sé que eso hubiera sido como dejar de respirar. Pero hasta hace muy poco lo entendía de otro modo y me mortificaba por ello.

Desear se acabó convirtiendo en una especie de ordalía perenne. Pues la fuerza natural de los anhelos se enfrentaba constantemente con la represión y la culpabilidad. 

Otro hilo conductor de mi infancia fue mi obsesión por encajar. Por ser una buena hija, una buena amiga, una buena nieta, una buena alumna… Un dechado de virtudes, vamos. Me esforzaba especialmente por contentar a mi familia, pero también a cualquiera que me concediera un poquillo de atención o cariño, especialmente las figuras de autoridad. Y además, ya sentía la inclinación a sentirme útil, a contribuir de manera positiva en el mundo.

Foto: Kristopher Roller

Con este cóctel molotov me presenté en la adolescencia siendo una persona más bien reservada, acomplejada, que buscaba constamente la aprobación, introvertida y llena de miedos. Entre ellos, el de no encajar y el de mostrar mi vulnerabilidad al mundo.

Y mis deseos se perdieron por el camino.  Más bien, me perdí yo y los abandoné a un lado.

Pero algo cambió con el tiempo. En algún momento tomé conciencia de que estaba viviendo en una realidad construida por mi mente. Y durante muchos años ignoré el hecho de que eran las creencias lo que nutría esa realidad. Llegué a pensar que había algo que fallaba en esta cabecita y simplemente desconocía el mecanismo que podía hacer modificar lo que no me gustaba y atraer lo que sí. 

Hasta hace muy poco. Ya llevaba mucho camino recorrido en el trabajo de autoconciencia cuando encontré a Maïte Issa, coach experta en manifestación. Había estado pidiendo al Universo una coach con la que conectase y que pudiera guiarme en aquellos momentos. Y apareció ella en forma de podcast, entrevistada por mi tambien admirada Charo Vargas, alias Charuca. Cuando al fin tomé parte del programa estrella de Maïte, Manifiéstalo, escuché mi alma decir: «¡Eureka, lo encontré!». Descubrí que las creencias estaban saboteando mis sueños y que por mucho que soñara, si me había creído a pies juntillas aquello de que era una caprichosa y que las niñas buenas no sueñan, ya podía yo remar contra el viento.

Acto seguido, se me presentó la lección: «Suéltalo». Sí, como en Frozen. Me tenía que seguir empleando en la limpieza de creencias y en el suéltalo, suéltalo… Abandonar la farsa del control y dejar que el Universo hiciera su trabajo.

En ello estoy ahora.

He descubierto que los deseos vienen de las estrellas. Y que contienen la fuerza creadora de Universos. 

P.D. Estoy a punto de cumplir uno de mis deseos más legendarios: publicar un libro. En concreto, una novela. Esta semana estoy con las correcciones de maquetación y ya he visto el diseño definitivo de portada. Estoy deseando contarte más en breve… 

¡Feliz semana!

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Soy Imma

Eterna principiante y buscadora incansable. En este lugar deseo ofrecerte herramientas para vivir la espiritualidad de forma práctica y creativa, inspiración y mucho más…

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